La Yihad

En Occidente entendemos la Yihad, o guerra santa, como una aberración propia de seres sin civilizar. Y frente a esa Yihad oponemos todas nuestras armas porque la consideramos una guerra expansiva que pretende acabar con nuestra civilización y nuestros valores mediante la imposición de los valores islámicos. Esa es nuestra interpretación de la Yihad.

Sin embargo la Yihad fue concebida como guerra justa, es decir, como medio para limitar las razones legítimas de la guerra a una cantidad tan escasa que, de forma inevitable, la paz está implícita.

El Yihad, que así se debe llamar, se basa en la creencia de que las relaciones entre sociedades deben ser pacíficas y no regidas por un conflicto constante y destructivo, es obedecer la ley divina grabada en la conciencia humana y, por consiguiente, acesible a todo el mundo, sea o no creyente.

El Yihad, como guerra justa, tiene limitaciones muy estrictas sobre los objetivos legítimos durante los ataques y requiere que los combatientes pongan todo su empeño par conseguir el cese de hostilidades.

Es indudable que el concepto es dinámico y desde luego no piensa lo mismo del Yihad Osama Ben Laden que la gran mayoría de musulmanes, que lo entienden en sus términos históricos.

Sin embargo en Occidente se tiene una visión simplificada de la Yihad, hasta tal punto que somos nosotros, los occidentales los que aplicamos su peor concepto en nuestras guerras con el mundo musulmán: hacemos guerras expansivas para imponer nuestro concepto de sociedad y nuestros valores al resto de la humanidad, los derechos humanos, la democracia liberal...

¿No deberíamos hacer una profunda reflexión sobre estas guerras y más en concreto sobre la de Afganistán ahora que, otra vez, estamos bombardeando y matando civiles?