Las monjas de Santa Clara (y el Obispo de Huesca) son pequeñas, peludas, suaves; tan blandas por fuera, que se dirían todas de algodón, que no llevan huesos. Sólo su sensibilidad social y sentido de la justicia son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Las dejo sueltas y se van a la CEOS, y acarician tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, los papeles de desahucio, celestes y gualdas... Las llamo dulcemente: "¿Monjitas?", y vienen a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríen, en no sé qué cascabeleo ideal...
Comen cuanto le doy. Les gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel... y todo tipo de golosinas.
Son duras y caprichosas igual que un niño malcriado, que una niña...; también fuertes y secas por dentro, como de piedra... como su corazón.
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