Y eso que estaban tan contentos (me refiero a los nuestros, a nuestros demócratas) Nos hablaban de la caída del sátrapa, de la demanda de democracia, de las movilizaciones de la juventud por internet... eso los más osados, los progres. Otros, más comedidos, realistas si lo prefieren, del tipo Aznar, hablaban de precaución y de los intereses de occidente.
Es cierto que hubo miedo entre los bien-pensantes forjadores de opinión e incluso hablaban del peligro integrista. Pero si tuvo que intervenir hasta el mismísimo Obama para reconducir el asunto a términos mucho más democráticos y... terminar en una junta militar.
Sí, ya lo habrán adivinado, hablamos de los nuevos enfrentamientos en Egipto, en la simbólica plaza Tahrir, con más de 1000 heridos en los enfrentamientos entre la policía (democrática esta vez, supongo ya que está bendecida por Occidente en su conjunto) y los ciudadanos egipcios.
Había miedo y hubo que intervenir, no podía irse el asunto de las manos así que se bendijo rápidamente el cambio político de toda la estructura de poder que consistía en... ¿tan sólo Mubarak?
Ya adelantamos aquí que la cosa no podía quedar así y que era tan sólo un punto y seguido. Alguno de nuestros seguidores del PPSOE manifestaron su enfado en sus comentarios llamándonos listillos y cosas peores sin embargo cuando te dicen que es blanco y en botella tienes pocas posibilidades de equivocar.
Todos los procesos revolucionarios son lentos y tienen sus fases. Todos manifiestan un descontento ante una situación insostenible (habitualmente económica) que desemboca en una petición de modificación política (revolución política) Si la clase dominante es medianamente inteligente emplean la técnica del GATOPARDO y consolidan su poder con las nuevas clases emergentes pero si al contrario se empeñan en continuar aplicando las mismas políticas que han llevado a la crisis social siembran ellos mismos las condiciones de un cambio mayor, de una revolución social.
Hasta ahora, tanto en Túnez como en Egipto como (en el caso de poder separar el conflicto tribal de los otros) en Libia o en Siria (sin entrar en aspectos religiosos o étnicos) han sido cambios políticos, revoluciones políticas. Lo mismo podemos decir de las revueltas griegas o española (sí, en España se está produciendo, por fases y de forma larvada) una petición de cambio político que puede desembocar en una revolución política.
Pero una revolución política no es un cambio en las estructuras sociales del poder. Y si los cambios políticos no significan una mejora en las condiciones de vida de la mayor parte de la población, es más, si empeora la situación, la revolución política ha servido de experiencia para pedir un cambio mayor.
En Egipto, además de las redes sociales por internet, hace tiempo que el número de conflictos laborales crece y crece. En Egipto no hace tanto que tuvieron una revuelta por los precios del pan (y en otras partes del Magreb). Y es que Egipto no se ha librado de la globalización y su sociedad ha sufrido sus efectos. Y esos efectos, en sociedades frágiles se notan enseguida y son catastróficos. Esa globalización también llegó a Marruecos, a Túnez, a Libia, a Siria, a Jordania... sumada a unas dictaduras o dictablandas absolutamente corruptas.
La salida en las dos últimas décadas a ese descontento ha sido un nacionalismo religioso (integrismo) que no ha dado respuesta. Ahora vuelve a reflejarse el conflicto social en su aspecto más descarnado.
También en Europa la respuesta fue el nacionalismo (no religioso) o el populismo de derechas pero si los cambios políticos no dan respuesta a la situación social las tensiones aflorarán en la calle. En Grecia comienzan a identificar el problema. En España también.
Y lo que viene para después del verano no parece ser precisamente hojaldre relleno de crema catalana.
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