Se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.

Abraham Lincoln

lunes, 2 de septiembre de 2013

El fin del verano y la independencia

Menudo veranito.  Ordenadores sin disco duro, sin puerto USB, con una nueva guerra en ciernes, con peleas en el pueblo y con pasos de cebra que parecen la escalera al cielo de Jacob, en fin, mucho que contar y analizar.  Sin embargo en una primera y apresurada puesta en común de asuntos y formas de afrontar la nueva etapa (con dudas sobre su continuidad incluidas) hemos acordado, hasta la cerveza de la tarde, retomar la temporada con un artículo de noviembre de 2012 que estará de plena actualidad el próximo 11 de septiembre.  El artículo es de Benito Rabal y se publicó en el Mundo Obrero.  Creemos que merece la pena:

INDEPENDENCIA

Yo también quiero ser independiente, pero de verdad. Nada de quitarme de un estado para meterme en otro, porque al fin y al cabo, ¿qué más me da que me apalee una gama de antidisturbios u otra? ¿Acaso duelen menos las ostias en catalán, euskera , gallego o castellano? Ni siquiera con acento murciano, que es el de mi tierra, notaría la diferencia. 

Quiero ser independiente o mejor dicho, que no haya tantos que estén pendientes de mi. Con independizarme del Vaticano, por ejemplo, pues ya ganaría mucho. Al menos dejaría de pagar la escuela privada a los hijos de la secta católica y quedaría dinero para la pública, que es la de todos, católicos incluidos.

También me quiero independizar de la O.T.A.N., de sus invasiones y asesinatos generalizados, de sus escudos antimisiles, de sus misiles, de sus guerras bacteriológicas, de las bombas de racimo, de sus drones y sus bases estratégicas. Pocos intereses tengo en común con los suyos. Es más los suyos chocan radicalmente con los míos. No quiero tener nada que ver con sus actos criminales que someten, en aras de la civilización y la democracia, el sentir y la vida de los pueblos que osan despertar o simplemente gozan de riquezas naturales y posiciones geográficas que el mundo rico desea.

Tampoco quiero seguir perteneciendo a el Corte Inglés, ni a Microsoft, La Caixa, Master Card, ni a cualquiera de esas empresas que me succionan la existencia y que son auténticos países sin territorio reconocido, pero con leyes que acatan millones de ciudadanos que ostentan igual pasaporte bajo la apariencia de una tarjeta de crédito. 

No quiero que incluyan mi nombre en la lista de habitantes de un país que refrende organizaciones como el F.M.I., la O. M.C. o el Banco Mundial, auténticos causantes y autores del genocidio que silenciosamente se comete a diario al fomentar políticas y tratados comerciales que provocan el hambre en el mundo. 

En fin, quiero ser independiente de todo aquello que signifique la opresión y la injusticia. Y por más apego que sienta por un lugar, jamás me identificaré con mis vecinos si éstos la toleran. 

Claro que la independencia que me proponen muchos de los que me la proponen no se refiere a ese tipo de independencia. Se refiere más bien, a administrar ellos, en vez de otros, lo que de mi sacan.

¿Y por qué me habría de fiar más de ellos que de los otros?¿ Porque hablamos la misma lengua, tenemos la misma cultura y somos más cercanos? Porque si es así, se equivocan. 

No hablo la misma lengua que habla el patrón, ni tengo la misma cultura que el banquero ni soy cercano al especulador, por más que hayamos nacido más o menos en el mismo lugar y hayamos comido guisos parecidos.

Ahora, una vez dicho todo esto, para quien lo quiera, aquí tiene mi grito, unido al suyo, de Independencia.

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