Quizá uno de los aspectos más llamativos de la pieza separada del caso Movilidad Urbana que supone la puesta en marcha de las nuevas líneas de autobús en Huesca sea la respuesta pueblerina, cateta y con forma de pataleta infantil que es el coste público del servicio.
Sí, se estima que disponer de un servicio de transporte público en Huesca mínimamente eficaz está en torno a los 300.000 euros anuales.
Los güesquetas profundos (que los hay a pozales) han puesto el grito en el cielo quejándose de tirar el dinero para que cuatro viejos tengan el abono gratuito. (Por favor no confundir güesqueta profundo con Down profundo, éstos últimos son bastante más razonables)
A los güesquetas nada que suponga un cambio les parece bien, ni los pasos de cebra, ni las rotondas, ni el carril-bici, ni la peatonalización, ni los aparcamientos... nada y por supuesto tampoco que tengamos un autobús público que preste servicio a todo el mundo y que además sea gratuito para los jubilados (con esas pensiones que cobran, jo)
¿Se imaginan lo que dirían si supieran lo que cuesta a las arcas púbicas el servicio de autobús y tranvía en Zaragoza? ¿Los imaginan de regidores en la capital del Reino y además con mando en plaza? Inmediatamente suprimían todos los autobuses... o peor aún, subían el precio del billete hasta que la empresa fuese solvente. Claro, algo parecido pasó en Brasil este verano y de pronto todo estalló.
El asunto de fondo es entender el servicio público (cualquiera, el que sea) como una empresa o un negocio que se tiene que medir tan sólo por sus resultado económicos. Los energúmenos miden así la sanidad, la educación, los servicios sociales... y por supuesto el transporte público.
En Huesca los energúmenos no son tantos, pero juntan sus argumentos a los güesquetas y sepan que en este pueblo, esa suma, es multitud.
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